jueves, marzo 22, 2007

Sin nombre

Ya no oculto mi rostro,
la desesperación
o la decepcionante entrega.
La espera infructuosa en la noche
el cristal de bohemia en la sístole
haciendo hincapié en el lenguaje
en el código cifrado de las conversaciones
en el cansancio del correveydile
y las rimas simples por apariciones.
Aspirar a la comprensión última
de esta luz diáfana que se muestra en cursiva.
Pero nunca renegociar este momento, los éxitos,
los progresos.

Es cierta la caída y la duda, es cierta la ciencia
e inexacta la materia de la memoria.
No somos lo que hemos sido
sino lo que nunca aprendimos a decir o ser.
Somos el último instante, el último beso
el preciado bien del ser distante germinal y extinto.
Ser potencia de intenciones o inducción de errores
cuando sólo bastan arrestos y no significados.
Cuando únicamente consiste en sinceridad y honradez
contra uno mismo -que es el amor del de enfrente-
y no en repeticiones del concepto agotado.

Con mil y una maneras de decir te quiero
no basta, si a través de los brazos
se siente tan liviano el cuerpo en la respuesta,
tan vacío de materia el abrazo y el suspiro sin aire.
Si a través del tiempo se observa una grieta
que contiene mil cristales frágiles acechando
todos y cada uno de los trofeos
que relucen su incandescencia.
Se equivocaron mis labios.

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